Dormir y no dormir, no sé si antes había sentido esa sensación.
En la pista, dormir y no dormir es muy común y fácil de entender. Son varias
las causas por las cuáles alguien duerme y no duerme, y entonces entiendo
porque no existe horario específico para dormir. Estar atento a todo, la mayor
cantidad de tiempo, en quien llega y en quien se va.
Hoy es el día 7 de junio y pasa un poco de las seis de la mañana. Me despierto con las
voces de algunos hombres. Me levanto y ellos me saludan. Pongo mi mochila en mi
espalda y vuelvo al lugar en donde dejé a Diego y Sol, en el césped en frente
al Museo de Arte Moderna. Llego allá y me acuesto nuevamente para seguir
durmiendo junto a ellos. Diego me despierta, creí que el ‘Choque de Ordem’
había llegado a su recogimiento diario. Pero no, fue simplemente a despertarme.
Doblamos las colchas que nos abrigaron toda la noche. Hoy es festivo,
está nublado y percibo desde luego que no hay mucho que hacer. Pregunto por el
desayuno que regalarían en la Plaza de Flamengo. Diego me responde que ya pasó
del horario. Comemos palomitas y guardamos las colchas en una alcantarilla sin
que nadie se dé cuenta. Siento que caminamos sin destino marcado, sin destino
especifico, deambulando. Esa sensación es diferente de cuando uno sale de casa
y va con algún destino a algún lugar. Deambular es una sensación extraña, de
sentirse sin salida, sin rumbo.
En el camino, llegando hacia la plaza de Cinelândia, ellos me cuentan de
su actividad de supervivencia, que tiene relación con el robo, pero sin asaltar.
No me invitan a realizar esa actividad y marcamos de vernos más tarde.
Voy pasando por debajo de un edificio y reconozco en el piso las sábanas
de Fran, él está acostado, cubierto hasta la cabeza. Lo despierto llamándolo
por el nombre, a lo cual sale de su cama improvisada y me saluda. Me acuesto a
su lado y observo un grupo de población de calle un poco mas allá, conversando.
Una mujer del grupo se acerca a nosotros y comienza a decir cosas lógicas. Cuenta
sobre el castigo diario de la discriminación y la violencia que ellos sufren,
generada por la propia ciudad. Creo que no entiendo por el hecho de sentirme en
un contexto diferente. Estamos en un mismo espacio físico, pero ella parece haber
tenido una discusión anterior y llega hablando como si estuviéramos dentro de
ella. La palabra para la situación sería: inconexa.
Duermo y despierto, despierto y vuelvo a dormir. El día está nublado,
lluvioso y acompañado del festivo que hace con que nadie salga de casa=
inconexo (para quien tiene casa).
Esperamos pasar un poco la lluvia. Tengo muchas ganas de bañarme. Me siento
sucio.
Fran me acompaña hasta el Museo de
Arte Moderna y le pido un balde a un habitante de la calle que está acostado
debajo de un puente.
El baño que me tomo es con short!
Llega un policía después de que me hubiese bañado y vestido. Me dice que
no vio que me estaba bañando, pero que no puedo hacer eso en frente a la
cabina. Cuando habla de la cabina se refiere a la cabina del policía, que
substituye a la delegación en el espacio del museo. Pienso que hay una relación
muy directa entre el museo y la delegación, aún analizo el porqué.
El policía parece no preocuparse realmente con la estética del museo y
sí con su deber de policía: nadie puede ver alguien haciendo algo equivocado
porqué seré yo el que será cobrado.
Él me pregunta mi nacionalidad, a lo cual respondo: argentino. Claro que
en el momento de responder estoy esperando otro cuestionamiento. Él hace el
agrado de decirme: “Vienes desde Argentina para quedarte en la calle? Vuelve a
tu país!”. Aún así creí que estaba faltando más algún tipo de agresión, y no me
equivocaba: “Quiere decir que si estás en la calle acá, eres clandestino”,
finalizó.
Vean bien el raciocinio del policía: Habitante de la calle extranjero=
Clandestino. El museo puede ser muy organizado, pero el arte de lo ridículo
nunca falta por esos lugares.
Claro, ese tipo de comentario no me hace ningún mal. Frente a la
ignorancia, tolerancia….Bañarse en un lugar abierto, público y de libre acceso
es algo que modifica drásticamente el paisaje de quien viene al museo a
apreciar un espacio organizado. Considero que la intervención del arte no tiene
mucho que ver con el orden y la organización. Los museos muestran la cara del
arte que a todo el mundo le conviene ver. La comodidad de las personas para
asistir a una muestra, una pieza o cualquier tipo de obra de arte es la misma
que la de los artistas para exponer la obra.
Bañarse en el césped del museo no es algo común. Pero dice mucho de los
humanos y de la humanización de los espacios que congelan lo más natural de
nuestro ser.
Salgo caminando con Fran y vamos nuevamente a la plaza de Cinelândia,
donde encuentro un grupo de habitantes de la calle sentados en frente al “Amarelinho”,
un restaurante muy conocido, en donde nuestra comida depende de los clientes
que piden sus sobras en una marmita y se las entregan en las manos de algún habitante
sentado en los bancos verdes de la plaza. Entre el grupo está mi tía adoptiva,
la Patricia. Ella entrega en mis manos la primera comida del día, una marmita
con arroz, fríjoles y macarrón tibio. Digo tibio porque generalmente esas
marmitas vienen frías. Pasa un poco mi hambre.
Patricia es una mujer de 35 años, ella tiene 11 hijos y el menor está
todo el tiempo con ella. Su nombre es Mateus; es simpático y le gusto mucho.
Mateus es flaquito y calvito de los ojos verdes. Entre tantos adultos, el niño
aprende a ser astuto en la escuela de la pillería carioca, la pista. (O en
portugúes, “malandragem” carioca).
Pido permiso a tía Patricia para llevarlo al Centro Cultural del Banco
de Brasil. Queremos transformar ese día en alguna actividad diferente.
Llegamos allá y, en la entrada, su cara de asombro domina mis ojos. Él cree
que estamos en un parque de diversiones, su parque de diversiones. Una casa
enorme rodeada de dorados e imitación de cristales que rodean la lámpara. Un banco
convertido en centro cultural, símbolo del capitalismo. Un centro cultural que
entra por los ojos y vende, vende, vende, vende, inevitablemente, el arte. En el
medio de todo eso, la inocencia del niño que vive en las calles. Todo puede ser
sorprendente en este lugar, pero el juego del ascensor es su mejor diversión. La
contra-cara del capitalismo, del arte y de la vida misma es reflejada en la
visita al centro cultural brasilero.
Volvimos caminando bajo la
lluvia, es un día gris. Mateus quiere cruzar la calle para ver la fuente de la
Candelária. Al lado de la fuente, una cruz con ocho nombres escritos. Sé muy
bien de que se trata ese simbólico monumento. La cara de Mateus era de duda, no
entendía el porqué cuando expliqué que en este lugar habían matado a ocho niños
que dormían en las calles. El mantuvo su pequeña expresión de duda hasta llegar
a Cinelândia y encontrar a su madre, la tía Patricia. Lo primero que le cuenta
es del monumento, e intenta explicar que la policía fue la responsable por lo
sucedido en el local. Él pregunta muchas veces porque eso había sucedido, pero
la realidad es que ninguno de nosotros tiene una respuesta satisfactoria para
el niño.
Corpus Cristi, policía, cultura, niños asesinados, día gris. Un día que
no prometía mucho que contar, mi cabeza se llena de historias. Se me hace
difícil identificar momento por momento y de cada uno de ellos nacer un
cuestionamiento, porque es la vida en la calle que está en constante
cuestionamiento. Porque es la supervivencia y el pensamiento de esa
supervivencia que está dentro de mí mientras estaré en la pista.